El entusiasmo de subir al tren en la estación 20,
El mismo que se reía de mis sueños,
Y del puño de recuerdos.
Se escuchaba el sonido peculiar,
A un andar lento,
Como si los rieles fueran a desaparecer por un minuto.
Como si yo me fuera a bajar por un segundo,
Sólo para desordenar la paciencia,
Esa misma que bajo los escombros de una ciudad penquista se quedaba.
Pero se olvidaba de la consecuencia que traíamos con nostros,
La misma que se vio florecer dos años atrás.
Aquella estación 20,
Inundada por un aire porteño,
Que daba vida a lo más pulcro de la ciudad,
Quizás, lo más limpio que podría encontrar.
Se me venían a la cabeza los recuerdos,
Sin añorarlos, se me venían,
Sin gastarlos con lágrimas, aparecieron,
Aquellos sólo comparables con la hoja del otoño penquista.
Todo se adormecía a mi alrededor por momentos,
Giraba en torno a los recuerdos que se me venían,
Todo se convertía,
Como un horrible sueño, como el mejor de los deseos.
La estación 20 donde comenzó mi aventura,
Donde el caracol era más fuerte que mis miedos.
Es sólo el comienzo donde los recuerdos perduran,
Tan sólo la semilla de lo que comenzamos a sembrar.
Es la primera piedra del santuario que construiremos,
La primera puerta que abriremos.
La primera flor que nacerá en otoño,
El primer respiro de aire porteño.
Es mi estación 20,
La primera estación,
Y sin duda, no será la última.