sábado, 26 de mayo de 2012

La Anécdota de un tintero

Riendo en dos pasos me la encontré,
Con su sonrisa caminando por mi ventana,
Sus ojos cafés brillantes mirándome fijamente sin explicar un por qué. 
Todavía no entendía la razón, me urgía una explicación,
Un sentido del simbólico encuentro,
Pero luego entendí que no era el día de aprender,
Sólo había que querer. 
Aún recuerdo la nubes de aquellas tardes de viernes,
Donde sólo nos sentábamos a hablar,
Mientras aquellas con el viento desaparecían, 
Y volaban con cada palabra que nos decíamos. 

Así recuerdo aún la última vez que la vi,
Yo me iba, no dijo nada,
Nunca decía nada, sólo yo hablaba,
Me gusta hablar. 
Así recuerdo que contaba mi sueño, 
Contaba mi viaje,
Restituía viejas historias,
Reía con mis historias,
Me gusta su sonrisa.
No dijo nada, no exigió nada, no pidió nada,
No era necesario decir algo, 
Sólo un abrazo salió de sus labios,
Ahí comprendí la expresión de aquella situación.

Me agradan las anécdotas,
No me gusta contarlas mucho para que no se gasten con la tinta de mi lápiz,
Pero me agrada cuando se quedan en la retina de mi tintero. 
Aquellos ojos cafés pasaron sollozando tocando mi puerta,
Lo que no sabían era que ya tenían la llave. 
Queda a la imaginación de esta anécdota cómo termina la historia,
Cómo cada fueguito puede construir la historia,
Una vez más me declaro sólo cómplice de tu imaginación y un siervo de esta anécdota.