Era sólo un sorbo del último mate porteño,
La última sonrisa benevolente que no jugaba a las escondidas,
No quitaba los ojos sobre mi, y yo no tenía miedo de buscarla.
Como un hecho histórico se enfrentó,
Era la última gota, el último abrazo,
El último sorbo de una caricia verdadera.
De allí en más la caída era evidente,
Como si cada pedazo pasara entre mis dedos,
Como si el agua ya no quisiera reírse por un minuto.
Los saludos cada vez eran más escasos,
Las cucharadas cada vez menos dulces,
Las conversaciones con menos contenido.
Llovía con fuerza, como si todo confluyera,
Como si todo fuese barrera,
Caminar en la calle era más difícil.
Ya no queda dulzura, ya está bien amargo,
Es más, no tiene mucho sabor,
Y el último sorbo se presentaba.
Como dicen por ahí,
Aunque llueva a cántaros,
Nunca es tarde para comprar más mate.